Esta tarde hemos tenido que exponer el tema en clase. Trataba sobre la relación del Imperio con la Iglesia en el siglo XI. Tema interesante donde los haya (que se lo pregunten a Eleder). Pero este no es el tema. Mi compañero de clase tenía que estudiar el tema del concepto de la guerra dentro de la Iglesia y cómo de esto se llega a las Cruzadas. Quizá un tema más interesante aún. Este tampoco es el tema.
El caso es que los dos hemos llegado a la misma situación por diferente camino: a nada. Yo he llegado con un esquema que me habría permitido hablar diez, quince minutos, no más. Tenía que hablar media hora. El motivo es sencillo... todas mis conclusiones apuntaban directas a las mismas causas, de manera que era incapaz de extender más el tema. A mi compañero le ha pasado lo contrario. Sus conclusiones apuntaban a tantas direcciones que le ha resultado completamente imposible tejer un hilo conductor.
Al profesor, sin embargo, en cierta manera le ha parecido estimulante el hecho de que ninguno de los dos hayamos conseguido concluir nuestra labor. ¿Por qué somos incapaces de llevar a cabo una ponencia de media hora? ¿nos falta el conocimiento teórico? Lo dudo. No seremos las mentes más privilegiadas del reino (o quizá sí, esto consistía en lanzarse flores y molarse mucho uno mismo ¿no?), pero tras estas semanas de lecturas acerca del tema y de las estupendas sesiones a cargo de Judith Bronstein puedo asegurar que sobre todo el tema que gira en torno a las Cruzadas, sabemos bastante más que la inmensa mayoría de la población. Nos falta mucho por saber, pero no tanto que nos pueda bloquear a la hora de formarnos una opinión sobre el tema.
¿No nos gusta opinar? Ya lo creo que sí. Ya lo dije ayer. Nos gusta molarnos a nosotros mismos, demostrar que sabemos más que nadie sobre esto o aquello. Satisfacer al mundo demostrando que tenemos una opinión a la que nadie antes ha llegado de forma tan original. Entonces ¿qué es lo que nos frena?. Hemos estado hablando largamente sobre el tema. Perdón, el profesor, don Luis García-Guijarro, ha estado hablando largamente sobre el tema y de vez en cuando nosotros dábamos nuestro punto de vista. Sobretodo porque nos lo pedía, ejem.
El motivo es sencillo... no se nos forma para que podamos opinar en público (y se nos recomienda que tampoco lo hagamos con mucho empeño en privado). No se nos forma siquiera para opinar. Sin embargo, un universitario debe ser ante todo un pensador. No debe ser alguien capaz de resolver preguntas. Para eso ya hay libros y ordenadores que sin lugar a dudas retendrán los datos mucho mejor de lo que nosotros podemos intentar. Estamos acostumbrados a resolver las preguntas que un profesor nos ha formulado. Hacer trabajos conforme a unas directrices que nos han pedido, responder preguntas en los exámenes... En definitiva, abrir los cajetines donde tenemos la información referente a tal tema y volcarla directamente sobre el papel. Algunos nos enorgullecemos (yo entre ellos) de tener un armario mental lleno de cajones con información de muy distinta clase (quizá cajones más pequeños o menos profundos que los de otra gente, pero ante todo un armario multidisciplinar) y de poder mezclar nuestar información antes de volcarla en el examen. Estamos sin lugar a dudas a miles de kilómetros de esos que tiran de un cajón toda su vida... pero tampoco conocemos el verdadero camino.
¿Qué pasará cuando en lugar de responder a las preguntas que se nos plantean tengamos que ser nosotros quienes las planteemos? No me refiero a otros posibles alumnos. Eso es fácil... consiste en combinar cajones y ofrecer una pregunta lo suficientemente capulla para que también los supuestos alumnos tengan que revolver en sus cajones. Para que piensen de nosotros (posibles futuros profesores) "es un cabrón, pone preguntas jodidas". No, la pregunta es... si nos dedicamos a investigar ¿qué será de nosotros cuando estemos perdidos, junto a un montón de información extraída de cientos de documentos y una hoja, sólo una hoja en blanco frente a nosotros? ¿Qué pregunta escribiremos ahí? ¿cómo sabremos qué pregunta formular a toda esa información objetiva, impersonal, hueca?.
Es el motivo por el que muchas personas directamente no se hacen preguntas: resumen la información y la comunican al mundo. "Es un erudito objetivo". Sí, lo es. Un técnico de la información, más objetivo cuanto menos cribada haya sido su información y más directamente nos la haya ofrecido. Pero ¿qué nos dice con eso? Nada. ¿Qué podremos decir nosotros? Nada. No sabremos qué información sacar si no aprendemos a amueblar primero nuestro pequeño armario con cajones, cerrarlo y tratar de olvidar que está ahí y dejemos de usar las neuronas para combinar conocimiento y las utilicemos para pensar a palo seco.
Puede parecer una reflexión por y para historiadores, pero no. Es para estudiantes en general. ¿Qué es una universidad? Debería ser un centro de debate, un lugar de opinión, de tendencias, de innovación, de oposición al tradicionalismo. Pero no. Una universidad es un lugar pagado por el estado (y papis forrados) para conservar el saber ancestral sin cambiar un ápice. Donde muere la originalidad al servicio de objetivos grises. Sí, seremos capaces de rellenar muchas hojas de preguntas y seremos eficientes trabajadores. Pero ¿seremos también capaces de ser diferentes, de aportar un punto de vista nunca antes observado? ¿De innovar? Quizá aún estemos a tiempo.
Todo se aprende, aunque haya que quemar muchos cajones sucios. Si no lo hacemos, nos limitaremos siempre a responder preguntas y estar orgullosos de nuestra eficiencia. Y discutir con los amigos y escribir blogs donde además demostremos, eso sí, que tenemos capacidad de opinar mejor que nadie.
Recomendando hoy... "Montségur", de Iron Maiden
Buenas noches...
2 commentaires:
Muy cierto. En las universidades de ahora se están formando poco más tomadores de apuntes, y es una pena. Ya ni lo que es ser multidisciplinar apoyan, eso es algo que nos buscamos los que aún tenemos inquietudes culturales. Los demás, a lo suyo y a su eficiencia y a salvaguardarse en el 'soy de Letras' o 'soy de Ciencias' ¬¬ Y lo mal que me sabe.
Por cierto, Montségur... me ha recordado la compulsión que tuve hace unos años por los cátaros. Todo por culpa del disco de Era, qué cosas.
Mi opinión, pública y todo (es por la mañana y no estoy muy inspirada...)
Tienen su cosilla los cátaros ¿que no? con sus castillos y su fanatismo y tal. Qué maja gente. Los albigenses también tienen su aquel.
Me tengo que preparar otra charlilla sobre los albigenses para el martes que viene. Miedooooo, jajaja.
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