A ti, a mí, a toda nuestra generación, a parte de las anteriores y, sobre todo, a las siguientes, nos educaron para ser europeos. Europeos, hoygan. Sonaba estupendamente. Lejos de aquella España retrógrada, cutre y de pandereta con la que no conseguíamos sentirnos identificados, se nos ofrecía una vía de escape digna: ahora íbamos a ser europeos. Europa, esa vieja tierra manchada de la sangre derramada en infinitas batallas de repente se erigía como un gran titán que se opondría a Estados Unidos.
Creíamos, insensatos, que si nos uníamos todos los europeos frente al enemigo común, el coloso yanki que amenazaba con destruirnos, podríamos salvarnos. Europa se alzaría frente a Estados Unidos. Se alzaría manteniendo los grandes ideales europeos y así, frente a ese gran estigma del capitalismo, Europa se erigiría como guardiana de la cultura, las artes, el conocimiento y las labores sociales. Una gran Europa que sería justa para todos los ciudadanos, orgullosos de ser partícipes de un sueño común.
Era tan bonito que no podíamos creérnoslo y al mismo tiempo crecimos deseosos de que aquella idea que tenía raíces ya puestas, se convirtiera en realidad. De repente aprender inglés era crucial para cuando pudiéramos trabajar en Alemania o en Grecia, claro que sí. Veíamos en la tele los juegos aquéllos, como se llamaran. Esos en los que todos nos enteramos de que existía San Marino y que iban de amarillo a la vez que España era roja y Francia azul. Veíamos dibujos animados realizados por varios países en comunidad. La promesa se hizo más creíble cuando se empezó a hablar de la moneda común. El Ecu, nada menos. No habría diferencia entre nosotros y los italianos, o los ingleses, porque todos dominaríamos el inglés, usaríamos nuestros ecus y podríamos movernos libremente de aquí para allá sin llevar pasaporte. Una sola nacionalidad para todos. Exactamente igual que los yankis ¿no? que uno puede ser de Luisiana y otro de Virginia y oye, todos somos hermanos y crecemos en nuestra particular "tierra de las oportunidades".
El ecu no pasó de ser un interesante objeto del deseo para los numismáticos. Para el resto, el sueño de Europa empezó a empañarse cuando llegó la auténtica moneda común: el euro. Pobres insensatos. Después de las calculadoras conversoras, las tablas, las equivalencias (sí, hombre, que 30 euros son 5.000 pst. y 60 son 10.000) y conseguir hacer perder cordura a toda la tercera edad, el españolito de a pie descubrió que un café valía un euro cuando de toda la vida pagar más de 100 pst. había sido un robo. Y las cuentas no cuadraban. Vivir con 100.000 pst. era tener un sueldo digno con el que uno podía pagar su parte del alquiler, comprar su comida y sus vicios y hasta viajar, vivir con 600 euros nunca sirvió para nada. La diferencia entre estos dos sueldos... un par de meses. Aún hay quien inocentemente aún hace sus equivalencias: "pero entonces... ¡la cena nos ha salido por cincomil pesetas!" No, majo. Cincomil pesetas eran una cantidad importante y treinta euros se van de las manos en cuanto uno comete el error de sacarlos de la cartera.
España era España y Europa al mismo tiempo, pero nada parecía muy tangible. Que si Bruselas, que si los eurodiputados, pero nadie sabía nada de esa gente. Lo importante era si subía el ladrillo, si aquí se iba a vivir bien y si nos podíamos ir de vacaciones o no. A visitar esa Italia poblada europeos tan dignos como nosotros. Pero entonces llegó la crisis y la tragedia. Y ahí fue donde nos enteramos de que Europa existía, que formábamos parte de ella y, sorpresa, eso no era necesariamente bueno.
La gran Europa que velaría por todos sus habitantes ha resultado ser una copia malcarada de los yankis. Si vosotros sois capitalistas, nosotros neoconservadores. La cultura, el gasto social y lo de más allá importa poco menos que nada, lo importante es la solvencia de los países, las primas de riesgo y la puntuación otorgada por las agencias de calificación, de cuya existencia nadie estaba informado. Todos los ciudadanos tendrán sus puestos de trabajo, sí, pero con sueldos tan míseros y condiciones tan lamentables que rozan el esclavismo. ¿Cultura? ¿Seguridad Social? Por supuesto, para quien pueda permitírsela. ¿No era esto lo que esperaban? No se preocupen, no piensen que ha sido una mala elección, nadie les permitió elegir.
Nos están ahogando con la intención de cubrir un déficit para pagar una deuda que nadie tiene muy claro de dónde ha salido, "de haber vivido demasiado bien estos últimos años". Habrán vivido bien ustedes, porque el ciudadano medio ha trabajado como un capullo de sol a sol. Se nos extorsiona para pagar una deuda entre las clases menos favorecidas, mientras que los causantes de la crisis, ávidos de seguir chupando del bote que les da de comer, no sueltan una peseta, ecu, euro o lo que corresponda, pero el bote cada vez es más pequeño y los chupópteros se multiplican. El ciudadano de a pie está obligado a pagar una deuda para no sufrir represalias de una Europa que no concede ninguno de los beneficios prometidos, sino todo lo contrario. Y la pregunta, a fin de cuentas es... si no nos beneficia estar en la Unión Europea ¿por qué somos tan subnormales de seguir pagando para estar dentro?
Piensen en Argentina, después de su crisis optó por no pagar la deuda que tenían contraída, buscaron un mercado emergente en otros países y su crecimiento es muy superior al de cualquier país de su entorno (y del nuestro, dicho sea de paso). Piensen en Islandia, encarcelando a los causantes de la crisis, negándose a pagar su deuda con Europa, creciendo. Respetando a sus ciudadanos, mejorando su capacidad adquisitiva y creciendo económicamente. La pregunta es ¿por qué somos tan imbéciles de querer seguir pagando? ¿por qué no metemos a toda esa gentuza: banqueros, políticos, reyes en la cárcel y seguimos tirando para adelante?
No sé ustedes, pero a mí me repatea tener que pertenecer obligatoriamente a una Europa opresora donde mis intereses como persona importan un cuerno y yo, que iba para Europeísta, que siempre dije que el mundo tendía a la globalidad y había que adaptarse, ahora creo que me dan bastante por detrás la globalidad, el europeísmo y su bendita familia, que lo que quiero es vivir dignamente y que también lo haga la gente que me rodea y que si podemos mandarles a la mierda, no sé qué rayos estamos haciendo con nuestras vidas.
Tomando té de champagne con fresas porque hay costumbres que no se deben perder. Para escuchar recomiendo el "Speed of Sound" de Coldplay, porque incluso Coldplay tienen una canción que a mí me gusta ¿tiene la Merkel algo que me pueda gustar?
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