En mi último post comentaba que tal vez el hecho de hacer tan cotidianas cosas que podrían sorprendernos brutalmente si sólo las escucháramos (o viésemos) una vez cada cien años. Sin embargo, es un post con trampa. Efectivamente, algo que jamás hemos eschuchado nos puede impresionar, y mucho, pero ¿no amamos infinitamente más algo que conocemos?.
La primera vez que anoté en mi vida los síntomas del síndrome de Stendhal (antes de saber que eso tenía nombre y de que podía pasar, pero sin recordar si alguna vez lo había experimentado previamente...) fue cuando estudiaba en Artes y Oficios, in illo tempore, ejem, ejem. La profesora de Historia del Arte nos mandó hacer un estudio en profundidad sobre una pequeña arqueta árabe que estaba en el museo. Había que acompañar el trabajo con una serie de dibujos y esquemas de la arqueta.
Ya antes había estado en el museo varias veces, pero no recordaba mucho la arqueta, así que decidí hacer un "acercamiento progresivo". Empecé a leer todo lo referente a arquetas árabes de ese periodo, sobre técnica artística, sobre historia de este tipo de artesanía... Cuando ya era una pequeña "experta" en la materia, empecé a leer artículos sobre la arqueta e incluso un libro que había publicado sobre esta. Por fin llegó el "gran día". Ya me había leído todo lo que estaba a mi alcance, así que fui al museo, a ver a "mi niña" y dibujarla. Podía haberlo hecho a partir de las fotografías, por supuesto, pero quién va a comparar... Como ya os vais imaginando, fue entrar, verla ahí, a lo lejos, en su vitrinilla... y echarme a llorar. Me tiré como tres horas ahí, pasmada, la arqueta y yo (y el libro de dibujo), un largo rato llorando pasmada y otro largo rato dibujando (había que cumplir, que para algo habíamos ido allí).
Como ya os he dicho, había estado ya en el museo y no había experimentado emoción alguna por la arqueta en cuestión, lo que debería concluir que el hecho de ser un "pequeño experto" en la materia permite apreciar el alto valor que tiene el objeto en cuestión.
Pude comprobar este mismo hecho cuando fui por primera vez a la Alhambra, la primera vez que fui al Museo Vaticano con el instituto (venga a llorar al ver todas la escultura grecorromana... no os quiero ni contar cuando entré a ver la Capilla Sixtina) o la primera vez que pisé Santa Maria dei Fiori y no os gustaría haberme visto el día que me llevaron al museo Rodin, ejem. El pobre chico que me llevó yo creo que se murió de vergüenza, jajaja. Y eso que intentó sacarle partido, de verdad que incluso llegaron a gustarle algunas cosas (ayyy David, casi diez años viviendo en Paris y tuve que llevarte yo a ver un ciento de cosas que no habías osado pisar, qué poca... poca, vamos).
Pero (y aquí va cuando se derrumban los prejuicios) ¿entonces por qué también tengo recuerdos de haberme emocionado con cosas que nunca antes había visto?. Todo el mundo conoce la Torre de Pisa, pero una vez que vas allí, también vas a ver el Battisterio, del que nadie se molesta en hablar después. Craso error. Lo considero uno de los lugares más bellos jamás creados y no tenía la suerte de haberlo estudiado antes de meterme ahí dentro. Y fue para mí uno de esos momentos que, como dice Menelvantar, se quedan grabados para siempre y sabes que dentro de treinta años lo seguirás recordando exactamente igual.
Como también me emocioné hasta las lágrimas la primera vez que escuché el primer movimiento del Requiem de Brahms (tírese el resto a la basura o mézclese con otro CD, no porque sea malo, sino porque no está a la altura) aunque nunca antes lo había escuchado y como también me emocioné cuando vi aquel fresco de Guirlandaio que ya te conté, Celeb.
Y es que a veces el síndrome de Stendhal te sorprende sin que te lo esperes. Desde luego, tienes bastantes más posibilidades si ves o escuchas algo en directo que en foto o CD, pero nunca se sabe. Así me eché yo ayer mis lagrimitas con Saint-Saëns y siempre recordaré esa vez que el Elfo y yo escuchamos enterito, enterito, casi sin decir palabra el "Scenes from a Memory" de Dream Theater (salvo explicaciones del tipo de "y aquí el tío se está dando cuenta de que tal y cual" que oye, son imprescindibles para situarse.
Y sin embargo, también he vivido eso que dice Celeb de ir a un concierto y volver a casa como si hubiera pasado simplemente "una agradable tarde". Quién me lo hubiera dicho a mí la primera vez que ví una ópera "de verdad", que fue "La Traviata", con Eteri Lamoris en el papel de Violeta, (lo recordaré siempre) y volví a casa en una nube pensando que "siempre sería así".
Abreviando, la mente humana, en esto y en otras cosas, es impredecible. Las dirija el lado derecho del cerebro, el izquierdo, o se pongan en huelga en vista de lo incontrolable de las situaciones.
Y dicho esto, os dejo, tengo a Sandman esperándome en el lecho y unas velitas para acompañarme. No me negarán que es un gran plan.
Como postre... "The Unforgiven" de Metallica. Otra de mis canciones fetiche.
Buenas noches...
1 commentaire:
¡Dios! ¡El Battisterio de Pisa! Yo tampoco lo había estudiado cuando tuve la oportunidad de visitarlo y el shock fue terrible, terrible. ;) Y sí que es cierto también que uno puede admirar las cosas muchísimo mejor después de haberlas estudiado con profundidad. ¿Ejemplos? En mi caso, los capiteles románicos del claustro de la catedral de Pamplona y mi segundo concierto de Apocalyptica, que me impactó infinitamente más que el primero...
Almarë!
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